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Intentaré ser breve; aunque no prometo nada.

Lo mío es la microficción. No escribo todo lo que me gustaría, la verdad. Hay días que sí, otros que no, y algunos en los que ni siquiera quiero ver el teclado. Pero al final, siempre regreso. Es como si las historias no me dejaran en paz hasta que las saco de mi cabeza y las pongo en papel.

Un dato sobre mí que probablemente a nadie le importa: no puedo vivir sin cerveza, café, vino y pan. Esos son mis combustibles básicos.

Ahora, déjame contarte algo:

Un día, en mi cafetería favorita, me quedé mirando fijamente mi capuchino buscando inspiración. Justo entonces, el mesero, que siempre me ve pegado a las teclas, me soltó una frase que decía: "Las mejores historias están en tu corazón, no en tu café."

Eso me sacó una sonrisa y me puso las pilas para seguir escribiendo.

No, espera. Eso nunca pasó. Esos rollos son de películas, ¿no? Solo quería mantenerte entretenido un rato.

Ahora en serio: La gramática y yo no somos amigos íntimos. Todavía no he publicado un libro, ni he ganado premios. Mi rutina de escritura es un desastre glorioso. Y sí, esa maldita página en blanco a veces me asusta. Pero, ¿sabes qué? Todo eso es parte del juego. Cada línea que escribo es un pulso ganado [o perdido] contra ese miedo.

Por cierto, si encuentras alguna falla en mis textos, te pido disculpas. No soy editor, ni tengo un ojo crítico muy entrenado para detectar mis propios errores. Agradezco tu comprensión y paciencia.

Eso es todo por hoy.

Y ya que estamos, un consejo no solicitado:

Date el gusto de embriagarte al menos una vez al mes. La vida es demasiado corta para no hacerlo.

PD: Espero que disfrutes de alguna de mis historias.

Gracias por leer[me].