Aceptación

El día del funeral, Mateo cogió una maceta, mezcló las cenizas con tierra y plantó una rosa. Se preocupó de que tuviera un buen drenaje para evitar la proliferación de hongos. Todas las mañanas la sacaba al jardín para un baño de sol. Una vez por semana la nutría con potasio. A veces la protegía de las bajas temperaturas. Por las noches, una luz tenue iluminaba sus espinas. Luego de dos años en aquella rutina, arrancó la flor y la quemó. Mientras los pétalos se derretían, volvió a llorar la muerte de su hija; esta vez, reconociendo que no la volvería a ver.